Once versus once. Una pelota. Un arbitro.Un estadio. Un juego. Miles de fanáticos. Miles de sentimientos.
No importa el día ni el lugar, en cualquier momento de la semana una pasión mundial comienza a girar. Se deja atrás cualquier tipo de problema. Se cierran los ojos, existe un suspiro profundo, una plegaria y el sonido del silbato nos conlleva a nuestra cita mas preciada y esperada. Desde ese instante nada mas altera nuestra concentración. Quizás no exista comprensión, tal vez no se necesita. No ha nacido quien prohíba al hombre de disfrutar un partido de fútbol. Es un encierro en cuatro lineas de cal en un lapso de noventa minutos.
Los once corren, sin sentir el trayecto de la sangre en el cuerpo del espectador. No lo perciben, pero son conscientes de su existencia. Son encargados de darnos el éxtasis al depositar el balón en la red contraria. Los alabamos por defender con ese orgullo nuestra camiseta, nos gusta corear su nombre al ver sus habilidades interplanetarias. Aunque también son rechazados, tildados de insensibles injustamente. Son los que mas que cualquiera, desea darle la felicidad al hincha. Mas que al hincha, darse su propia alegría.
La pelota endemoniada tras un zapatazo y calma luego de un taco, de una rabona. Ella es la protagonista de la fiel función cotidiana, que nos enceguece de lo que no se encuentra en los limites de la cancha. La amamos solo por ser redonda y por saber que puede desestabilizar cualquier corazón, para bien, o para mal. Sin ella, nada seria real, suena redundante y estúpido, pero no es homenajeada como debería. Y para ello, decidimos elegir a los "distintos" para que la mimen.
El. Vestido de negro. Nos disgusta, nos amarga, nos hiere. Difiere claramente en nuestra relación partido-público, pero es vital aunque reconocido indiferentemente. Odiado, esporádicamente amado. Nos corta la emoción, nos roba la ilusión y se gana enésimos insultos hasta malgastar la voz. Sus tarjetas nos congelan las arterias. La amarilla desarma y la roja destruye. Dependiendo del color, se lleva silbatina general y saludos a toda su familia de sexo femenino.
Un campo con longitudes precisas, verde césped. Un templo para los devotos del fútbol. La reunión estupenda para un grupo de amigos. Rodeado de banderas, de las malditas publicidades y de miles de gargantas dispuestas a relucir su brote de exaltación. No hay descripciones fantásticas sobre el, solo decir que es epicentro de el peor desastre natural que pueda sucumbir la tierra: el grito de gol.
El color, la fiesta, el carnaval, los corazones abiertos de par en par. En donde no existe la lógica, un tablón de un estadio de fútbol. Las almas se abrazan, elevan su canto atronador al mismísimo cielo. Dueños de lagrimas y sonrisas infinitas, adictos a las bromas ante rivales. ¿Cavernicolas?.¿Incultos?. Negativo. Creadores de una cultura que alía toda condición social, racial. Dejan su familia a un lado, sus rencores. Se encargan de denotar que son parte esencial del juego. Dictaminan su nobleza y fraternidad. Espíritus que divagan por las tribunas dando a conocer sus sentimientos mas leales.
Los veintidós terminan siendo miles. La pelota, única. El arbitro. El estadio cubierto. El juego, arte para la visión. El fanático, ya sin voz. Y el sentimiento, eterno. La verdadera pasión de multitudes : Fútbol.

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